"Si son los
ojos de las mujeres los que miran la historia, ésta no se parece a la oficial.
Si son los ojos de las mujeres los que estudian la antropología, las culturas
cambian de sentido y de color. Si son los ojos de las mujeres los que repasan
las cuentas, la economía deja de ser una ciencia exacta y se asemeja a una
política de intereses. Si son los ojos de las mujeres los que rezan, la fe no
se convierte en velo y mordaza. Si son las mujeres las protagonistas, el mundo,
nuestro mundo, el que creemos conocer, es otro.
Las
nadies son millones en el mundo. Su experiencia no tiene altavoces y sus pies
están sobre una tierra que no les pertenece pero que comprenden como ningún
estadista. Las mujeres de La Dimas, una comunidad de El Salvador, explican la
globalización mejor que Bill Gates: “Antes, con unas monedas podíamos hacer una
llamada de teléfono. Ahora, no tenemos el dinero que cuestan las tarjetas que
necesitan las cabinas nuevas”.
Las
mujeres afganas conocen los resortes de las relaciones internacionales: “Las
grandes potencias necesitan el gas natural y las materias primas de las
repúblicas asiáticas ex soviéticas en detrimento de Irán, Rusia e India. Un
Afganistán estable se lo garantiza, aunque sea a costa de nosotras. Valen más
los gaseoductos que la vida de las mujeres afganas”.
En
China, las mujeres saben que no son deseadas porque tras tantos años con
brutales políticas de natalidad que sólo permitían un descendiente, para la
economía familiar, mejor que fuese varón. De los labios de las niñas salen frases
como: “Yo nunca tuve el calor de un beso”. Las adultas que consiguen saber a
tiempo el sexo del feto, cuando es femenino, abortan.
Todas
hemos escuchado que íbamos a ser reinas, pero “un día pasaron por allí los ojos
de una niña a la que le habían robado el cielo”. Por ser niña; por haber nacido
en Paquistán –y tener que casarse sin poder elegir marido-; en Argelia –y tener
que abandonar su trabajo después de haber luchado contra los colonizadores-; en
Bosnia –y haber sido violada en una guerra que nunca deseó-; en Burkina Faso –y
sufrir la ablación de su clítoris-; en una familia gitana de la rica Europa –y
casarse con quince años, virgen y representar de por vida el honor de su
familia-; en la España del siglo XXI –y quedar huérfana porque su padre decidió
que su madre merecía veinte puñaladas por desobediente.
Habría
que escuchar la experiencia de una joven ingeniera soviética que trabaja como
prostituta para entender que detrás de la caída del Muro de Berlín había algo
más que una guerra fría, había personas, había mujeres.
Habría
que escuchar a las madres iraquíes que ven morir a sus hijos para entender que
detrás del bloqueo y las operaciones militares había seres humanos, había
mujeres que tras conseguir la legalización de los anticonceptivos en un país
árabe, no los podían utilizar porque el bloqueo impedía que atravesaran sus
fronteras. Habría que escucharlas hoy, después de una nueva invasión
estadounidense... pero para eso habría que ponerles los micrófonos y enfocarlas
con las cámaras que siempre están ocupadas por líderes ambiciosos, clérigos
rebeldes o políticos poderosos.
Habría
que escuchar a las ex guerrilleras centroamericanas para entender que además de
muertos, la política de los ochenta en sus países supuso una sociedad
desvertebrada donde desde entonces las mujeres se enfrentan solas a la lucha
por la supervivencia de sus numerosos hijos. Habría que escuchar a las mujeres
del mundo porque, por fin, ellas deberían tener la palabra.
Y, si
las escucháramos, también las oiríamos reír y proponer, inventar y crear.
Solucionar problemas, consolar tristezas, alegrar corazones. Ayudarse,
trabajar, bailar y soñar. Ahí están las Mujeres de Negro, palestinas y judías
juntas, desafiando a la violencia, gritando al viento que no son enemigas y construyendo
paz. O las mujeres de la India, abrazándose a los árboles para frenar leyes
devastadoras. O las mujeres africanas, negociando con sentido común para sus
países, denunciando a las multinacionales por sus precios abusivos hasta en los
medicamentos. O las indígenas, evitando que los comerciantes del norte patenten
sus plantas, sus conocimientos ancestrales, su sabiduría; diciendo no a los
transgénicos. O a las mujeres europeas, luchando por la paridad que haga a las
democracias occidentales merecerse el nombre. O a las mujeres españolas,
manifestándose todos los 25 de cada mes, durante siete años, en invierno y en
verano, en vacaciones y en Navidad para exigir que el país entero, hombres y
mujeres, diga no a la violencia de género.
Si las
mujeres hubiesen podido hablar, hoy los pueblos seríamos más sabios. Habríamos
aprendido los conocimientos de los nueve millones de mujeres quemadas en la
hoguera, porque eran tan inteligentes que parecían brujas (1). Recordaríamos el nombre de
Murasaki Shikibu, la mujer que escribió la primera obra considerada una novela
en el mundo. Fue en Japón en el año 1010. También nos sentiríamos orgullosos de
Hildegarda de Bingen, la monja alemana (1098-1179), que además de monja fue
escritora, filósofa, compositora, pintora y médica. Entre otras muchas cosas,
autora del Libro de medicina compuesta, considerado como el libro base
de la medicina. Así, cuando los fanatismos religiosos atacaran de nuevo,
recordaríamos la frase de Hildegarda: “Cuando Adán miró a Eva quedó lleno de
sabiduría”.
Sabríamos
que la introducción de la física en el campo del conocimiento científico se dio
con el libro Institutions, escrito por Emilie de Breteuil, marquesa de
Chateler (1706-1749), gran matemática y filósofa. También recordaríamos a Alice
Guy-Blanche (1873-1968), quien realizó la primera película con argumento en la
historia del cine. Y también sabríamos que es una mujer la única persona que ha
ganado el Premio Nobel en dos disciplinas diferentes. Marie Slodowska Curie
(Polonia 1867-1934), quien en 1903 recibió el Nobel de Física junto a su
esposo, Pierre Curie, por el descubrimiento y el trabajo pionero en el campo de
la radioactividad y los fenómenos de la radiación. En 1911, Marie Slodowska
Curie recibiría el Novel de Química. A ella se le debe lo que hoy se denomina
la “Edad del átomo”.
Si
hubiésemos podido escuchar a las mujeres, si pudiésemos escucharlas hoy,
hombres y mujeres seríamos más sabios y las mujeres, además, tendríamos más
autoestima y sospecharíamos ante los relatos en los que no hay ni rastro de
nosotras.
Por
eso, para dejar de ser miopes, las feministas se pusieron las gafas violetas.
Sirven para ver las injusticias y una vez descubiertas, nombrarlas. La historia
es selectiva porque no todo el mundo ha tenido la palabra. Una vez puestas las
gafas, se ve claro que no hay razones naturales que justifiquen la
desigual distribución de poder entre hombres y mujeres. Todo lo relatado hasta
ahora, la invisibilización de las mujeres, de sus logros y saberes, la
violencia ejercida contra ellas... no ocurre porque sí. Para analizar, explicar
y cambiar estas realidades, la teoría feminista ha desarrollado cuatro
conceptos clave: patriarcado, género, androcentrismo y sexismo. Los cuatro están íntimamente relacionados."
"Feminismo para principiantes" Nuria Varela (Cap. 6)
Que gran verdad
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