Psicopatología en el contexto social: Las enfermedades comunitarias en ciudades pequeñas.

Ser miembro activo de una ciudad pequeña no es nada fácil. Nunca podemos comprar exactamente el artículo que queremos porque no está en el stock de los precarios comercios de la zona, ni podemos asistir a determinados eventos de nuestro gusto porque no se desarrollan debido a la falta de convocatoria. No hay establecimientos educativos de primer nivel, ni grandes concesionarias para poder elegir con libertad el color de nuestro primer auto. No se desarrollan actividades multiculturales y rara vez podemos participar en eventos interdisciplinarios. Conseguir trabajo es una odisea, ya que los puestos parecieran estar reservados a la prima, el amigo, la amante, y nunca a quien está verdaderamente calificado porque –claro- cobraría más.


Pero lo particularmente complicado, es ser un integrante de la comunidad cuando se está mentalmente sano.

Las comunidades pequeñas tienen un sentido de pertenencia, de unión fraternal que llega a nuestros días desde la época de sus fundadores; cuando un puñado de inmigrantes transcurrían sus jornadas en la más sacrificada austeridad, trabajando de sol a sol para poder producir algo, casi milagrosamente de esta tierra desértica. En aquel entonces todos eran hermanos, compañeros de la incierta travesía que en otro continente emprendieron a fuerza de coraje, solidaridad y trabajo. Todos ayudaban a todos, escuchaban a todos y aconsejaban a todos; lo cual era el motor de la constancia y la fortaleza para poder continuar.

Hoy en día tal cosa no tiene sentido, ya que cada núcleo familiar puede subsistir de forma autónoma, estando cómodamente insertados en una sociedad consolidada social, económica y políticamente. Sin embargo estos comportamientos costumbristas persisten en la actualidad, provocando variados problemas tanto para quien los comete como para quienes son destinatarios. Tal situación es uno de los pilares de la psicopatología social comunitaria.

En una sociedad evolucionada, las personas resuelven sus propios problemas, sin pretender que lo hagan otros; así como tampoco se responsabilizan por situaciones ajenas, ni interfieren con el arbitrio de las mismas.

En una sociedad enferma, los individuos no sólo pretenden sino que exigen que otro los ayude, los socorra, los alivie o le perdone las deudas; nunca son protagonistas de un inconveniente sino que siempre “la culpa la tiene otro”; no se responsabilizan por sus actos, sean estos comitivos u omisivos ni tampoco exhiben respeto por sus pares. 
De ésta forma también siempre se creen con derecho de meterse deliberadamente en asuntos que no les son propios, atribuyéndose el derecho de juzgar y criticar el actuar de las demás personas gratuitamente.

Esta puerta de vaivén que permite una completa permeabilidad entre las cuestiones propias y ajenas, también otorga la potestad de interesarse por cada uno de los aspectos privados de la vida de los demás: qué hace en su casa, con quién sale, con quién ha salido, por qué tiene ése trabajo, cuánto gana, en qué se lo gasta, cómo cría a sus hijos, por qué no tuvo hijos, qué hizo, qué no hizo.... etc., etc., etc.... Hasta el límite de lo ridículo en un afán de ser protagonista de las vidas de los otros.

Por lo tanto, visto el panorama de estas pequeñas ciudades rudimentarias, cualquier individuo insertado en este contexto, que no se comporte de acuerdo a las reglas de uso común, no se someta a los estándares establecidos, e intente tener decisión y voz propia, es decir un individuo sano, será blanco de todas las críticas, prejuicios, inobservancias y reclamos.

Entonces comportarse de manera correcta, en un grupo que hace lo contrario ocasionará que quien se ocupe de sus temas sea catalogado por los otros de egoísta, así como también quien no trate de meterse en temas ajenos; quien no permita la invasión a la privacidad será para los demás un soberbio; quien manifieste libremente su opinión, un irrespetuoso; quien denuncie un agravio, un buchón; quien embellezca y cuide su persona y su hogar, un vanidoso; quien cuide su trabajo y su relación laboral, un chupamedias; quien proteste por las injusticias o por el avasallamiento de sus propios derechos, un problemático.

Como en todo conjunto de cosas iguales, lo diferente siempre concentra la atención, por ello en una sociedad enferma, todas las miradas recaen en la persona que está sana, pero al ser una mirada enferma, no se valora a la persona sana como tal, sino como diferente y por tanto despreciable. De ésta forma será evidente la incomodidad del individuo estigmatizado, ante lo cual podrá tener bien la opción de adaptarse al sistema y por lo tanto “enfermar” conjuntamente con él, o bien sostener la individualidad que sin dudas lo hostigará permanentemente con críticas ridículas e infundados cuestionamientos de todo tipo.

Y como cualquier persona atosigada, en algún momento explotará en mayor o menor medida. A veces simplemente con un grito o discusión con algún vecino, pero en otras ocasiones el panorama se torna más complicado, y es cuando la persona comienza a fragmentar su personalidad como un mecanismo de defensa en el afán de a la vez de permanecer fiel a sus convicciones, también complacer a la sociedad enferma para lograr su aprobación y el cese de la persecución.

Es en estos casos cuando la persona finalmente “enferma”, se convierte en el mayor afectado por la enfermedad que lo ronda y a través del cual se manifiesta el padecimiento que en realidad está ubicado en el grupo que lo rodea; denominado por la psicología social como “chivo emisario”. Este término es la denominación que se le da a una persona o grupo de ellas a quienes se quiere hacer culpables de algo de lo que no son, sirviendo así de excusa a los fines del inculpador.


Ser un sujeto sano en una sociedad enferma no es fácil. Tampoco es fácil para la comunidad, sanar; aunque es posible. El trabajo es arduo, pero podemos encarar una revisión de cómo nos estamos comportando y tratar de a poco de constituir un grupo más adaptado, evolucionado y eficiente con la menor tasa de enfermedad posible. Mediante la reflexión individual podemos replantearnos nuestras acciones, nuestras conductas, nuestros roles. Cómo nos estamos comportando en nuestra pequeña ciudad? Somos culpables o inculpadores? Somos el sano o parte de los enfermos?

Viviana Vitulich
Psicóloga Social - Op. Salud Mental (MP 9429 RN)

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